“Venga a identificar su casa, a admirar los colores de la ciudad, a sorprenderse de las formas geométricas, a apreciar la belleza de los diferentes lugares, y sentirá que al final usted no es gran cosa”. Esta invitación a una exposición de fotos aéreas nos recuerda efectivamente lo que somos, es decir, poca cosa ante la inmensidad del universo. Vista desde arriba, incluso a poca altura, una casa es difícil de reconocer. ¡Y las personas apenas se ven!
Sin embargo, Dios ama a esas criaturas frágiles e insignificantes comparadas con el universo. Aquel “que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16), se interesa en nosotros, desea nuestra felicidad. Mostró su amor hacia nosotros. Vino del cielo para ir al encuentro de nuestra fragilidad. Dios se hizo hombre en Jesús y obró para nuestra liberación. Jesús vino a este mundo como un niño; era conocido como el hijo del carpintero, y él mismo fue carpintero. Vivió en la pobreza como un humilde siervo. No destacaba por su apariencia en un mundo donde el hombre, lleno de orgullo, trata de sobresalir. Fue despreciado, sin embargo respondió a las necesidades de los que lo rodeaban: pobres o ricos, enfermos o sanos, se interesaba en todos. Murió tomando ante Dios el lugar de los culpables, para sufrir el juicio en su lugar.
Ahora nos invita a tomar esta posición de humildad, es decir, la de un niño, y a aceptar la salvación que él ofrece gratuitamente a todo el que cree en él.
Zacarías 7 – Apocalipsis 16 – Salmo 146:1-7 – Proverbios 30:18-20