Se nota que los desdichados, los enfermos, solitarios, desamparados, los que no tienen esperanza para el futuro, forman cierta parte de la sociedad. Desgraciadamente, esa parte de la población que sufre privaciones aumenta cada año, incluso en los países ricos.
Sin embargo, en el ámbito moral, afectivo, en lo que se refiere a tener una vida útil con objetivo sano, ¡todo ser humano sin Dios está en la indigencia! La Biblia dice: “Todos nosotros nos descarriamos… cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6). Vivir sin Dios es vivir sin un objetivo válido. Negar su existencia quita todo verdadero sentido a la vida. Rechazar su amor es hundirse en la duda y la amargura.
En cierta ocasión alguien oró así: “No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida. Clamé a ti, oh Señor; dije: Tú eres mi esperanza” (Salmo 142:4-5).
La respuesta divina a nuestro abatimiento moral es darnos un refugio en la bondad de Dios. Jesús vino a manifestárnosla. Él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
El que deposita su confianza en Jesús pasa a formar parte de la familia de Dios. “A todos los que le recibieron (a Jesucristo), a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Creer en su nombre también es reconocer que mi vida pasada, sin Dios, estuvo perdida y le ofendió. Jesús solucionó esto yendo a la cruz, y nos dice: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.
Zacarías 1 – Apocalipsis 12 – Salmo 144:9-15 – Proverbios 30:10