El Señor Jesús declara que quien “hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”, tiene una confianza ilusoria en el futuro (Lucas 12:21). Las riquezas de Dios no son materiales, inciertas, perecederas ni frágiles; son de orden moral y espiritual. Están unidas a Jesús, el Hijo de Dios, quien está en el cielo, por lo tanto son seguras.
Estas riquezas inagotables están compuestas por las mismas virtudes de Cristo: amor, santidad, justicia, pureza, paz, gozo, fuerza, gracia, compasión, perdón… vida abundante, vida eterna… Él las ofrece abundantemente para que las vivamos y podamos manifestarlas en nuestro entorno. Las da gratuitamente si confesamos nuestra miseria, nuestro orgullo, nuestra dureza, nuestra rebelión contra Dios… Porque Cristo llevó todo esto sobre sí mismo, pagó el terrible salario del pecado muriendo en la cruz. El que cree se convierte en un hijo de Dios y hereda todas sus riquezas, que son:
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Cantares 3-4 – Apocalipsis 7 – Salmo 141:5-10 – Proverbios 29:24-25