En el evangelio de Lucas, a menudo los “hoy” nos revelan el amor y la gracia de Jesús, que actúan para liberarnos.
El versículo del encabezamiento nos habla sobre la prueba de nuestra fe. Como Pedro, corremos el peligro de negar al Señor, pero él ora por nosotros, como lo hizo por Pedro. Su amor y sus cuidados por su discípulo no cesaron.
Jesús le advirtió: vas a negar que me conoces. En esta ocasión no lo llamó Simón (que era su antiguo nombre), sino que empleó el nuevo nombre que le había dado: Pedro. Era como decirle: “A pesar de todo lo que vas a hacer, seguirás siendo mi discípulo, seguirás siendo Pedro”. Esta es una lección para nosotros, amigos cristianos: si hacemos como si no conociésemos a Jesús, lo negamos con nuestros silencios y cobardías… Al mismo tiempo negamos lo que somos en realidad: Pedro afirmó que no era discípulo de Jesús. Pero el amor de Jesús y su fidelidad son más fuertes que nuestras negaciones. Él no abandona a sus amigos, pues “no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13).
Pedro no creyó lo que Jesús le decía. Amaba tanto a su maestro que pensó que no podría negarlo. Confiaba más en sí mismo que en la palabra del Señor. Cuando el gallo cantó, Pedro recordó lo que Jesús le había dicho, y lloró. Su fe fue zarandeada, probada, evaluada… Pero seguía siendo el discípulo muy amado del Maestro, quien más tarde le diría: “Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16).
Eclesiastés 10-11 – Apocalipsis 4 – Salmo 140:1-5 – Proverbios 29:19-20