En las últimas semanas (desde el 29 de agosto), consideramos varios ejemplos de creyentes orando; cada uno de ellos nos anima de forma diferente:
¿Estamos tristes y nos sentimos incomprendidos? ¿Sentimos la necesidad de tener un contacto diario con nuestro Dios, de ser guiados por él para afrontar nuestras responsabilidades profesionales? ¿Debemos actuar rápido ante una situación imprevista? ¿Estamos ante una situación desesperada por nuestra culpa? ¿Tenemos dificultades en nuestra vida conyugal o familiar? La bendición de Dios, ¿tiene valor para nosotros?
¿Necesitamos consejos para tomar una decisión personal? ¿Estamos al tanto de las dificultades de nuestros amigos creyentes? ¿Nos sentimos preocupados o atormentados por cuestiones que no podemos resolver? ¿Admiramos la grandeza de Dios, su interés y su bondad hacia nosotros?
Entonces, como Ana, Ezequías, Nehemías, Jonás, Isaac, Jabes, David, Elías, Epafras, Asaf y Pablo, oremos, lloremos, supliquemos, insistamos, clamemos, pidamos, combatamos, esperemos. Luego, sometámonos a la voluntad de Dios en paz y adoremos…
Y si ya no tenemos la fuerza para orar con palabras, ni sabemos “qué hemos de pedir como conviene”, hagamos subir nuestros suspiros a Dios. El Espíritu Santo se los presentará.
Job 28 – Hebreos 11:1-22 – Salmo 131 – Proverbios 28:9-10