Los que temen al Señor… serán para mí especial tesoro, ha dicho el Señor… los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces… discerniréis la diferencia entre… el que sirve a Dios y el que no le sirve.
¿Acaso los cristianos no sufren decepciones, pruebas y sufrimientos como los incrédulos? Por supuesto que sí, pero los atraviesan con Dios.
El cristiano tiene una razón de vivir. El apóstol Pablo afirmaba: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
El cristiano tiene convicciones sólidas, una esperanza basada en las promesas de Dios contenidas en su Palabra. “Estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 22:6).
El cristiano dispone de la ayuda de un Dios poderoso, a quien se dirige para hallar fuerza y ánimo. “Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas, ni desmayes, porque el Señor Dios… estará contigo; él no te dejará ni te desamparará” (1 Crónicas 28:20).
El cristiano recibe del Señor la paz interior que le permite aceptar la prueba con serenidad, que lo hace capaz de atravesar un mundo donde corren las lágrimas, conociendo anticipadamente algo de la felicidad del cielo. “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
Por último, los privilegios del cristiano no se limitan al tiempo de su paso por la tierra, pues posee la vida eterna. ¡Ante él se abre una eternidad bienaventurada junto a Jesús su Salvador!