Eva era misionera en una región de Oriente Medio. Desde hacía mucho tiempo ejercía un servicio cristiano muy útil entre las mujeres. Para hablar sobre la Biblia acostumbraba sentarse en el suelo, sobre una alfombra, según las costumbres de esos países. Con el paso de los años el suelo se fue haciendo más duro, y la posición se volvió incómoda para Eva.
Un domingo, mientras estaba sentada en una alfombra, cansada y a punto de desmayarse, una mujer notó su agotamiento. Entonces se acercó y se sentó detrás de ella, para que su espalda se apoyase en la suya. Al principio Eva no quiso aceptar la propuesta, pero su amiga insistió diciéndole: “Si me amas, apóyate fuerte”. Eva recibió ese ánimo como si viniese de Jesús, su Maestro.
Entonces se relajó y encontró, a la vez, un alivio para su cuerpo y un aliento para su alma.
Esta pequeña anécdota nos enseña una lección muy sencilla. Estimadas madres de familia, mujeres con trabajos agobiantes o muy repetitivos, a veces el Señor tiene que decirnos: “Si me amas, apóyate fuerte”.
Tenemos preocupaciones, cargas que nos agobian. Estamos muy cansadas, pero como Eva, dudamos en descargarnos, en abandonarnos a él. Podemos estar seguras de que si nuestro Maestro aprecia lo que hacemos por él, también desea nuestra confianza. Esta tiene más valor para él que una actividad sobreabundante. ¡La mejor manera de expresarle nuestro amor es apoyarnos fuerte en él!
Ester 7 – Juan 17 – Salmo 119:105-112 – Proverbios 26:21-22