En enero de 2011, grandes tormentas azotaron el estado de Queensland, en Australia. Los ríos transformados en impetuosos torrentes provocaron graves inundaciones. Donna Rice estaba en el automóvil con sus dos hijos, Jordan (13 años) y Blake (10 años), cuando su vehículo fue rodeado por el agua y quedó inmovilizado. Alguien trató de ayudarlos. Por su ubicación, Jordan era más fácil de alcanzar, por eso debía ser sacado primero, pero insistió para que salvasen a su hermano menor antes que a él. En el instante en que Blake fue sacado del peligro, una nueva ola arrasó el automóvil. Jordan y su madre se ahogaron.
En los titulares de los periódicos se podía leer: “Jordan murió por su hermano”. Este adolescente siempre había manifestado gran amor por su hermano. Y lo demostró cuando no dudó en dar su vida por él.
Estos hechos conmovedores nos recuerdan a Jesucristo, el buen Pastor que dio su vida por sus ovejas (Juan 10:11). Por amor, un amor imposible de comprender, tomó mi lugar bajo el juicio de Dios. Se dejó crucificar para llevar el castigo que mis pecados merecían. Cuando exclamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, no obtuvo respuesta, nadie vino a rescatarlo (Salmo 22:1-2). Desamparado por un Dios santo que cargó sobre él el peso inmenso del pecado, dio su vida por todos los que le tenderían la mano para ser salvos.
Tomar su mano es creer en lo que él hizo por mí. Me liberó de mis pecados, de Satanás, quien me tenía cautivo, y de la muerte eterna. Me dio la vida eterna, y estoy unido a él para siempre.
Oseas 13-14 – Filipenses 3 – Salmo 107:33-43 – Proverbios 24:8-9