A menudo nuestra vida transcurre en medio de pequeñas dificultades que desaparecen tan pronto como llegan. Quizá las resolvimos nosotros mismos, pensando que era inútil hablar de ellas a Dios nuestro Padre. Pero un día llegan obstáculos más serios, por ejemplo, una enfermedad, un accidente, preocupaciones profesionales… Como de costumbre, rápidamente buscamos soluciones. Dudamos unos instantes y luego tomamos el control de nuestra vida. Tratamos de enfrentarnos al problema, o quizá damos vueltas sin hallar la solución.
¿Dejaríamos a Dios de lado en los detalles de nuestra vida cotidiana ? ¿Lo habríamos olvidado ? No hemos perdido la fe en la obra del Señor Jesús quien nos salva, ni la convicción de que nos preparó un lugar junto a él en la casa del Padre. Pero hemos olvidado momentáneamente esta confianza efectiva, “en todo tiempo”, experimentada por sus hijos, y que nuestro Dios merece.
¿Acaso nuestro Padre no tiene inmensas riquezas de bondad, sabiduría, fidelidad y poder reservadas para nosotros ? Nos privamos de ellas por falta de una fe activa y constante, dependiente de Dios. Pero él nos ama, y no quiere eso para sus hijos. Al contrario, desea vernos crecer en el conocimiento de su amor, y disfrutar de su ternura en cada paso del camino. Entonces los obstáculos que Dios permite avivan y fortalecen nuestra fe.
Por medio de la oración, aprendamos a dejar en sus manos todas nuestras situaciones, sean insignificantes, felices o difíciles ; él nos dará la paz y la serenidad, a pesar de la prueba.
2 Reyes 5 - Romanos 11 : 1-24 - Salmo 68 : 1-6 - Proverbios 16 : 23-24