La contaminación preocupa cada vez más a las autoridades de todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud calcula que hay más de 7 millones de muertes al año debido a la contaminación del aire. Es un verdadero problema de salud pública. La calidad del aire que respiramos tiene una influencia directa sobre nuestra salud física. Pero, ¿qué decir de la atmósfera moral que nos rodea, y de su influencia sobre nuestra salud mental?
Los agentes contaminantes no se llaman “partículas finas, dióxido de carbono…”, sino “duda, incredulidad, rebelión contra Dios”. Producen odio, violencia, inmoralidad… Esta contaminación, que penetra por los ojos y los oídos, alcanza la mente y el corazón desde la más temprana edad. Los estragos que causa son mucho más graves y las consecuencias mucho más duraderas. No vemos remedio para esta marea que sumerge al mundo y atrae el juicio de Dios.
Pero hay un remedio para cada persona: ¡es la Palabra de Dios, viva, eficaz, penetrante! (Hebreos 4:12). Ella produce una purificación completa y saludable en todo el que la cree y la recibe.
Escuchemos atentamente lo que Jesús dice a su Padre con respecto a sus discípulos: “Yo les he dado tu palabra… No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:14-17).
Ezequiel 4 – Hechos 15:36-16:10 – Salmo 31:14-20 – Proverbios 11:7-8