Hoy los personajes más famosos y atractivos ocupan las portadas de las revistas. Los hombres con brillantes carreras también monopolizan la atención. A menudo nuestra sociedad desprecia e incluso es cruel con las personas menos favorecidas, los débiles, pobres y minusválidos.
Mas a los ojos de Dios, la verdadera belleza de los seres humanos viene del interior. No se trata de lo que parece, sino de lo que es realmente.
La Biblia nos dice que “el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
La suprema belleza está en Jesucristo, el Hijo de Dios, quien se hizo hombre para venir a liberarnos del pecado. Su apariencia era humilde; era pobre en medio de los pobres, y su pueblo no lo recibió, pero él nos mostró lo que agrada a Dios. Manifestó el amor, la gracia y la compasión hacia todas las personas con quienes se encontraba. Siempre decía la verdad, pues no había engaño en su boca (Isaías 53:9). Sin embargo, fue despreciado, odiado y crucificado por los hombres. Murió porque “nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). Él, el único justo, murió por nosotros los injustos, para salvar a los que creen en él. Su bondad supera todo, al igual que su belleza, como lo anunció el profeta: “¡Cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura!” (Zacarías 9:17).
1 Samuel 17:31-58 – Mateo 14:13-36 – Salmo 15 – Proverbios 4:10-13