Una familia cristiana estaba reunida para comer. La niña pequeña preguntó si podía hacer la oración. Su padre le dijo que sí. Ella inclinó la cabeza y dijo rápidamente:
“Dios es fiel, Dios es bueno. Le agradecemos por estos alimentos. ¡Amén!”.
– ¿Dónde aprendiste esta oración?, le preguntó su padre.
– La señora de la guardería manda que la repitamos siempre en el momento de la merienda.
– Es claro que en la guardería no todos son cristianos. Pero tú, ¿quién eres para Dios?
– ¡Su hija!
– Nosotros también somos sus hijos, confirmó el padre, y podemos hablar a Dios, nuestro Padre, directamente… También podemos decirle que lo amamos. ¡A Dios le gusta escuchar la voz de sus hijos!
Al día siguiente, a la hora de la comida, los dos hijos de la familia preguntaron si podían orar. El niño de tres años empezó tratando de imitar el estilo y el tono de voz de su padre. Pero lo más hermoso fue escucharlo hablar directamente a Dios. Le dio las gracias no solo por la comida, sino también por el gozo de estar juntos, y le pidió que los guardase. Luego oró su hermana, quien empezó recitando su pequeña frase: “Dios es grande, Dios es bueno…”, pero luego añadió: “Ahora voy a orar…”.
Este incidente nos hace pensar en lo que uno de los discípulos pidió a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). Enseñemos a nuestros hijos, incluso a los más jóvenes, cómo acercarse a Dios para hablarle con confianza, simplicidad y verdad.
1 Samuel 14:23-52 – Mateo 12:38-50 – Salmo 11 – Proverbios 3:27-31