El zar Nicolás acostumbraba llegar de incógnito al cuartel de su ejército. Cierta noche encontró a un joven oficial, hijo de uno de sus amigos, dormido con la cabeza apoyada en la mesa. Delante de él había un revólver cargado y una hoja de papel en la que el joven había hecho una lista de todo el dinero que debía, dinero que había perdido en los juegos de azar. Su situación le parecía sin salida, por eso tenía la intención de acabar con su vida. En la parte baja de la hoja escribió: “¿Quién podría pagar una deuda tan grande?”. Cansado y abrumado por la tristeza, terminó durmiéndose.
El primer pensamiento del zar fue despertarlo y darle un castigo ejemplar. Luego reflexionó y se dijo: ¡Este hombre es el hijo de mi amigo!
Entonces decidió perdonarlo, pero el perdón no podía borrar la deuda, y la justicia exigía que fuese pagada. Por lo tanto, tomó la pluma que había quedado sobre la mesa y, debajo de la pregunta desesperada del oficial, escribió: “Yo, Nicolás, zar de Rusia”.
Todos, debido a nuestros pecados, tenemos una gran deuda con Dios. Desobedecimos a sus mandamientos y no lo amamos como deberíamos haberlo hecho. Por ello merecemos una justa condenación. Pero Dios quiere perdonarnos, y lo hace en toda justicia porque Jesús pagó nuestra deuda. “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6, 8). ¡Pero es necesario aceptar la salvación que él nos ofrece!
Jueces 19 – Apocalipsis 20 – Salmo 148:1-8 – Proverbios 31:1-7