Mi bebé acababa de tomar un objeto puntiagudo con el cual podría lastimarse. Traté de quitárselo, pero lo agarró con más fuerza todavía. Si yo insistía en quitárselo a la fuerza, le hubiera hecho daño. Entonces recurrí a un método simple que todos los padres conocemos: saqué de mi bolsillo un bonito llavero y se lo mostré. Inmediatamente el niño soltó el objeto peligroso y tomó el llavero. Como le ofrecí algo mejor, voluntariamente soltó lo que poco antes agarraba con tanta fuerza.
Si Dios nos exhorta a abstenernos de las codicias que dañan nuestra alma (1 Pedro 2:11), hay algo mejor para reemplazarlas. Aprendamos a descubrir la maravillosa persona de su Hijo Jesucristo, el valor de su sacrificio, que nos da la paz y el gozo de la salvación. Así fue como, “por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús”, su Señor, el apóstol Pablo abandonó lo que en otro tiempo era toda su vida.
El cristiano que aprecia el valor de las realidades espirituales deja aquello sin lo cual no podía vivir en otro tiempo. Pasa por este mundo como un extranjero, porque el cielo es su verdadera patria. Renunciar a lo que desagrada a Dios no es un sacrificio que lo frustra o lo entristece, ¡pues tiene algo mucho mejor!
Cristianos, cuanto más apreciemos “las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8), más demostraremos, mediante nuestra manera de vivir, que tenemos algo mejor que lo que el mundo ofrece. ¡Y los que nos rodean querrán conocer cuál es nuestro secreto!
Jueces 1:1-21 – Apocalipsis 1 – Salmo 139:1-6 – Proverbios 29:11-12