Esta mañana asistí a una formación profesional. La instructora nos explicó que en nuestra cultura judeo-cristiana sentimos mucho la obligación de ser perfectos. Cuando llegó mi turno para hablar, dije que era cristiano y que mi percepción de la fe cristiana era muy diferente.

Después de la comida, la instructora retomó el tema y me explicó su visión de la religión. Yo le respondí: -Sí, pero el corazón de la fe cristiana es la gracia, es decir, el amor inmerecido de Dios por cada uno de nosotros.

 – Entiendo bien.

 – No es un conjunto de ritos y obras que se deben realizar para agradar a Dios, sino recibir sus dones.

 – ¿Y qué dice de todas esas obligaciones como, por ejemplo, los diez mandamientos?

 – Los diez mandamientos fueron dados como buenos principios de vida, y para demostrar que somos incapaces de obedecer a Dios (Romanos 7:7-13). El cristiano ya no está “bajo la ley, sino bajo la gracia” (cap. 6:14).

 – La religión promete la felicidad para el más allá, no para ahora…

Los demás participantes llegaron y la conversación se interrumpió. Siento no haber podido continuar esta conversación para decirle que la vida eterna no es solo para después de la muerte. Es dada desde ahora a todos los que creen en Jesús.

La vida eterna es conocer a Dios y a su Hijo Jesucristo (lea Juan 17:3). Esto es lo que nos da la felicidad desde hoy.