¿Cómo podía Jesús regocijarse cuando estaba en la tierra? Más bien, ¡cuántos temas de tristeza para él, que conocía perfectamente la maldad del corazón humano! Veía las desdichas de la gente con la que se encontraba, las comprendía y las aliviaba. También discernía el origen de ello: el pecado, y sufría al constatar que los hombres eran esclavos de sus codicias. Pocas personas estaban de acuerdo con sus pensamientos, sin embargo podemos citar, entre otros, dos casos:
1. Un oficial romano, cuya fe el Señor elogió (Lucas 7:1-10)
2. María, cuyo afecto y agradecimiento lo reconfortaron (Juan 12:1-3).
Si Jesús siempre podía regocijarse, era porque encontraba su gozo en una comunión permanente y feliz con su Padre, una relación sin sombras ni eclipses. Incluso en las situaciones más difíciles, permanecía en comunión con Dios, en una total armonía con la voluntad de aquel que lo había enviado. Nada podía debilitar ni interrumpir esta relación.
Como un discípulo fiel, el apóstol Pablo experimentaba el mismo gozo, incluso en las situaciones que le hacían llorar. Leamos la carta a los filipenses: en cada capítulo habla de su gozo e invita a los creyentes a regocijarse en el Señor, incluso si también evoca la tristeza y las lágrimas. En otra parte dice de sí mismo: “como entristecidos, mas siempre gozosos” (2 Corintios 6:10).
El gozo del cristiano tiene su fuente en el Señor. Esto es lo que experimentamos cuando vivimos momentos de comunión con él.
Deuteronomio 16 – Juan 10 – Salmo 119:17-24 – Proverbios 25:27-28