“Nací en Francia en 1941; mis padres eran ateos. Crecí sin ninguna enseñanza religiosa. Sin embargo, mi hermano y yo nos hacíamos muchas preguntas sobre el sentido de la vida. Durante nuestros estudios, mi hermano me prestó unos libros sobre el hinduismo y el budismo. La vida de Buda me fascinaba; yo deseaba ardientemente esa liberación interior que él parecía haber obtenido. También leía muchos libros esotéricos, trataba de practicar la meditación, la respiración alterna… En fin, hacía una mezcla de diversas cosas y ninguna me satisfacía a largo plazo…
Me casé y tuve dos hijos. Tenía todo para ser feliz, pero a pesar de ello estaba cada vez más desesperado en mi búsqueda espiritual. Había que desconectarse, pero la desconexión, ¿no es lo contrario a la vida, un camino de muerte? Hoy comprendo por qué en esa época pensaba en suicidarme. La desconexión en realidad solo provocaba en mí el deseo de muerte, que me invadía cada vez más.
¡Jesús me sacó de lo profundo de ese foso! Hacía dos años que mi hermano me escribía desde Grenoble, para decirme que había encontrado a Cristo, a raíz del testimonio de uno de sus compañeros. Pero yo no quería oír hablar del cristianismo; despreciaba a Jesús. Sin embargo, poco a poco una luz de esperanza nació en mí. ¿Y si mi hermano tenía razón? De todas formas no tenía nada que perder y, por qué no, algo que ganar”.
Deuteronomio 1:19-46 – Juan 1:29-51 – Salmo 111:6-10 – Proverbios 24:23-26