Para los primeros discípulos, el mensaje del Evangelio era el cumplimiento de la promesa mucho tiempo esperada: la venida de Dios a su pueblo. Este cumplimiento fue proclamado primero por Juan el Bautista: “El reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Era el “principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (cap. 1:1).
El Evangelio no es, pues, primeramente una enseñanza, sino la proclamación de un acontecimiento. Dios visitó a su pueblo enviándole a su Hijo Jesucristo. De este modo, el reino de Dios se hizo presente entre los hombres en la persona de Jesús y en su servicio. Dios “entró” en la historia para cumplir su plan redentor, y Jesucristo lo llevó a cabo.
Para entrar en el reino de Dios es necesario creer en el Señor Jesús, a fin de recibir la nueva vida mediante el poder de Dios. Recibir el Evangelio conduce al arrepentimiento, es decir, a reconocer nuestro pecado y volvernos a Dios. Él quiere producir un cambio moral completo en nosotros, ahora, y darnos la vida nueva.
El Evangelio tampoco es un acontecimiento del pasado. Es la proclamación de que hoy Dios todavía obra en todos los que creen. Él los libera del poder del mal para que vivan según los caracteres de su reino, que “no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
Jeremías 38 – 1 Corintios 13 – Salmo 104:1-4 – Proverbios 22:24-25