¡Cuán triste es la historia del Sinaí! (Éxodo 32). Moisés había subido a ese monte para recibir las palabras de Dios. Aarón, su hermano, estaba con el pueblo en la llanura, esperando su regreso. Cuarenta días de espera, de silencio, fue demasiado largo para ellos. Por eso Aarón hizo un becerro de oro, a la imagen de los dioses egipcios. Y proclamó que ese becerro de oro era su dios. ¡Hagamos fiesta!, propuso Aarón. Y mientras se divertían… Moisés descendió con las tablas de la Ley, ¡qué confusión para esos impacientes! En vez de esperar la respuesta que Dios iba a dar por medio de Moisés acerca de sus reglas de conducta, se volvió a la idolatría de Egipto.
¿Qué lección podemos sacar de esto, amigos cristianos? Si en un periodo de prueba y de silencio por parte de Dios yo busco la liberación según mis esquemas de pensamiento, en vez de esperar el socorro de Dios, no conoceré sus respuestas, porque estas llegan a través de la lectura paciente de su Palabra y en la oración. Entonces corro el riesgo de fabricar mis propias respuestas para llenar un silencio que me angustia. Pero colmar ese silencio con palabras que no son la respuesta de Dios no resuelve nada; al contrario, esto oscurece mi camino.
También es peligroso dar a otros una respuesta que no viene de Dios. A menudo deberíamos decir humildemente: “No sé. No sé por qué atraviesas tal prueba, tal desierto. Quizá pueda animarte, deseo avanzar contigo, orar por ti. Hay muchas cosas que no entiendo, pero quiero esperar contigo la respuesta que viene de Dios”.
Jeremías 29 – 1 Corintios 4 – Salmo 100 – Proverbios 22:5-6