Hace algunos años, en pleno corazón de París, un desfile interminable avanzaba lentamente. Acróbatas, malabaristas, payasos y escuderos seguían una caravana cubierta de flores mientras una voz clamaba: “Quiero que riamos, quiero que bailemos, quiero que nos divirtamos como locos cuando me metan en el hoyo”. Encabezando el cortejo, una carroza fúnebre, tirada por dos caballos blancos, se dirigía al cementerio. Un payaso famoso se había suicidado y había querido que su entierro fuera una fiesta. Al día siguiente un columnista escribió: “Él no se perdió su despedida”. Pero, ¿estaba realmente seguro de ello?
En verdad, ¿quién quiere reírse de la muerte, de la de los otros como de la suya?
No se debe jugar con la muerte, porque es la sentencia que Dios pronunció sobre la humanidad marcada por el pecado. Lo que hace que la muerte sea particularmente solemne es que introduce al hombre en un estado que él no podrá cambiar más. El plazo de la gracia divina para todo ser humano se acaba con su último suspiro. La Biblia nos dice que la muerte es un enemigo para el hombre. Pero ella fue vencida, “sorbida… en victoria” (1 Corintios 15:54) por la muerte y la resurrección de Jesús, y un día ella no existirá más (Apocalipsis 21:4). Si creemos esto, no temeremos más a la muerte, y tampoco sentiremos la necesidad de desafiarla.
Para “tener una despedida gloriosa”, es, pues, necesario prepararla durante su vida. Y esto solo puede hacerse teniendo un encuentro personal con Jesucristo, el Salvador.
Jeremías 25 – Lucas 24:36-53 – Salmo 98:1-3 – Proverbios 21:29-30