Dios no solo nos creó, sino que lo hizo con el deseo de tener comunión con nosotros. Ahora bien, todos nosotros hemos vivido alejados de él, hemos tomado decisiones sin preocuparnos por lo que él piensa, hemos hecho cosas que nuestra conciencia reprueba, hemos lastimado a nuestro prójimo. Al hecho de vivir así sin él, Dios lo llama “desobediencia”, “pecado”; esto nos separa de Dios, y hace de todos nosotros seres culpables.
Dios ordena arrepentirse, es decir, reconocer nuestro estado delante de él, con una verdadera contrición y el deseo de cambiar de vida. Él también advierte que su paciencia tiene límites, un día juzgará al mundo. Entonces cada uno tendrá que rendir cuentas individualmente de lo que haya hecho de su vida, nadie tendrá excusas. Nadie podrá justificarse. Toda boca se cerrará (Romanos 3:19; Apocalipsis 20:12).
Pero Dios no quiere dejarnos en este estado desesperado. En lugar de ser nuestro juez un día, nos propone ser nuestro Salvador desde ahora. Porque él nos ama, a pesar de nuestra rebeldía o indiferencia. Nos amó incluso al punto de hallar él mismo el medio de reconciliarnos con él. Castigó a su Hijo, Jesucristo, hombre sin pecado, en nuestro lugar, para no tener que castigar nunca al que cree en él. Este es el Evangelio, la verdadera “buena nueva” anunciada a cada uno, de parte de Dios. A cada uno, por lo tanto a usted también.
Jeremías 22 – Lucas 22:47-71 – Salmo 96:1-6 – Proverbios 21:21-22