“Hacía poco tiempo me había casado, sin embargo había conservado la costumbre de salir de fiesta con amigos en la noche. En una de esas noches de borrachera estaba tan ebrio que volví a la casa caminando sobre el ferrocarril. En ese estado tropecé y caí entre los rieles, y allí me quedé dormido. Un tren pasó sobre mí y me hirió gravemente. Es un milagro que no esté muerto, pero mi columna vertebral sufrió terribles daños, y nunca más podré caminar bien. Pasé muchos meses en el hospital, luego mi mujer me cuidó en la casa con gran abnegación.
Una mañana, mientras me preguntaba una vez más qué sentido tenía mi vida, escuché en la radio un mensaje cristiano que hablaba de la gracia de Dios ofrecida a todos los hombres. Era exactamente lo que yo necesitaba. Era muy consciente de todas mis faltas. Así, cuando escuché hablar de gracia y de perdón, me puse a llorar por mis pecados. Entonces acepté a Jesucristo como mi Salvador, y él me dio el regalo de la vida eterna”.
Jeremías 21 – Lucas 22:24-46 – Salmo 95:6-11 – Proverbios 21:19-20