“Continué leyendo el Nuevo Testamento cada día. Una mañana, sentada en un bus, leí por primera vez el relato de la crucifixión. Me deshice en lágrimas. Lloraba porque Jesús estaba muerto; todavía no sabía que luego resucitaría. Siguiendo mi lectura, llegué al relato de la resurrección de Jesús y fui transportada de gozo. Todo esto era tan real a mis ojos, era como si yo hubiera asistido personalmente a la última pascua en Jerusalén, a la muerte de Jesús y a su resurrección.
Algunos meses más tarde fui invitada a una conferencia bíblica en Haifa. El orador nos explicó que los sacrificios levíticos simbolizaban la muerte expiatoria del Mesías. El pecador llevaba un animal puro y sin defecto; ponía las manos sobre la cabeza del animal y confesaba sus pecados. Estos eran transferidos al animal sacrificado, mientras la vida pura del sacrificio inocente era transferida al pecador. La sentencia de muerte que el pecador merecía era llevada por el animal, que era sacrificado y moría. En un instante, por primera vez en mi vida, comprendí el verdadero significado de la muerte de Jesús. Yo era la pecadora, y el Mesías había sufrido la muerte que yo merecía. ¡Él era mi sacrificio, mi sustituto! Incluso si yo no había cometido”un gran pecado“, sabía que mi vida estaba llena de”pequeños pecados“, y que verdaderamente necesitaba ser perdonada y purificada. También comprendí que Jesús había dado su vida por mí, porque me amaba”.
Jeremías 13 – Lucas 18:18-43 – Salmo 92:1-4 – Proverbios 21:3-4