“Nací en Israel en el año 1964. Cuando tenía 14 años, tres chicas vinieron como voluntarias al kibutz donde yo vivía. Ellas creían en Jesús, por eso decidí convencerlas de que su fe era errónea. Su forma de ser me impresionaba. Siempre era un gozo estar con ellas. Jamás había visto tanto amor y unidad como se manifestaba en ellas tres. Se desvivían por ayudar a las personas enfermas y a los ancianos.
Un día me preguntaron: Shira, ¿tienes un objetivo en la vida? Esto me hizo reflexionar… Poco a poco me fui convenciendo de la existencia de Dios, y empecé a leer el Nuevo Testamento. Descubrí que realmente Jesús había cumplido todas las profecías del Antiguo Testamento concernientes al Mesías. Esta conclusión me aterrorizó: sabía que si ponía mi fe en Jesús, no podía volverme atrás; sería para toda la vida.
Cierto día visité a Elly, una de las tres voluntarias. Yo estaba enojada contra Dios: no había Dios, o, si existía, ¿por qué permitía tanto sufrimiento en el mundo? Ella me dijo: Shira, tú sabes que Dios está aquí y que te ama. Cálmate y, antes de dormir, háblale.
De repente, en mi habitación, me vi tal como era realmente, como en un espejo: yo era mala, pero Dios me amaba personalmente. Entonces oré: Dios, si estás aquí, y sé que estás, y si Jesús es el Mesías, y sé que lo es… No terminé mi frase, ¡me quedé dormida! Esta oración fue el inicio de un cambio radical en mi vida. Había dejado que Dios comenzara a obrar en mí y a transformarme”.
Jeremías 12 – Lucas 18:1-17 – Salmo 91:11-16 – Proverbios 21:1-2