Un niño tenía que pedirle algo a su papá, un hombre de negocios muy ocupado. Pero este estaba en una reunión importante firmando un nuevo contrato. El niño pasó todas las puertas y en la última fue detenido por la secretaria: “¡Prohibido entrar! ¡No quiere ser molestado!”.-“¡Yo nunca molesto a mi papá!”, respondió el niño, franqueando la última barrera.
A menudo tenemos la impresión de molestar a Dios. ¿Podemos molestar a nuestro Padre?
Cuando Jairo se postró a los pies del Señor Jesús, en medio de la multitud, y le suplicó que fuera a sanar a su hija moribunda, Jesús lo siguió. Cuando le anunciaron la terrible noticia de la muerte de su hija, y le dijeron: “No molestes más al Maestro”, Jesús respondió enseguida: “No temas; cree solamente, y será salva” (Lucas 8:49-50).
Cuando los discípulos dijeron: “Despide a la multitud”, que tiene hambre, Jesús respondió: “Dadles vosotros de comer” (Mateo 14:15-16).
Y cuando le llevaron los niños para que los bendijera, los discípulos solo tuvieron reproches que hacer. Pero Jesús, indignado, les dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis” (Marcos 10:13-16). Entonces los tomó en sus brazos.
Jesús siempre está disponible, tanto de día como de noche. Él dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Vayamos a él en oración con nuestras preguntas, contémosle simplemente nuestras debilidades y lo que nos carga. Busquémosle también a través de la lectura de la Biblia, pues él desea revelarse a nosotros. Jamás le molestaremos.
Levítico 26 – Efesios 5 – Salmo 71:19-24 – Proverbios 17:15-16