María de Betania reconocía a Jesús como el Mesías. Le gustaba escucharlo (Lucas 10:39). En cierta ocasión fue a contarle su tristeza: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (Juan 11:32).
El texto de hoy se refiere a otro encuentro, en la aldea de Betania. Allí había algunas personas en la mesa con Jesús. Pero para María solo una persona tenía valor: su Salvador, el Cristo. Derramó sobre los pies de Jesús un perfume de gran precio para honrarlo. Jesús iba a morir, iba a encontrar el desprecio, las burlas, los golpes y el suplicio de la cruz. María presentía todo esto y le dio, justo antes de su muerte, ese perfume de gran valor, que dirigió los pensamientos y las miradas de todos los huéspedes hacia Jesús.
Ella deseaba rendir honor, homenaje y alabanza a Quien para ella era el Mesías, “la resurrección y la vida” (Juan 11:25). ¡Cuán sensible fue el Señor a ese gesto y a ese impulso de adoración!
Algunos desaprobaron el acto de María, pero el Señor la defendió públicamente. Apreció ese gesto de adoración proveniente de alguien que conocía la grandeza de su Salvador.
Sigamos su ejemplo para adorar al Señor, juntos, el domingo. Durante la semana, el Espíritu Santo desea preparar en nuestros corazones un poco de ese perfume que simboliza el aprecio que tenemos por su gloriosa persona. Seremos felices derramándolo a los pies de Jesús, es decir, ofreciéndole la adoración y la alabanza de nuestros corazones. Esa será nuestra participación en la alabanza colectiva.
Levítico 24 – Efesios 3 – Salmo 71:1-6 – Proverbios 17:9-10