El piloto de una estación misionera nos comparte así su experiencia:
“En el transcurso de un vuelo de entrenamiento, decidí volar hacia el norte, hasta una pista de aterrizaje aislada y poco frecuentada. Así mi alumno tendría la posibilidad de realizar algunas maniobras de aterrizaje allí. Tan pronto llegamos, algunas personas se precipitaron a nuestro encuentro. Nos contaron que el día anterior, un joven se había herido gravemente una pierna y que no lograban detener la hemorragia.
Como el herido había perdido mucha sangre, lo instalamos rápidamente en el avión y lo transportamos enseguida al hospital de la misión. El vuelo duró 25 minutos. Por tierra o por agua, el mismo trayecto hubiese tomado 4 días, y el paciente no hubiese sobrevivido. De esta forma, en menos de una hora después del despegue, estaba en la sala de operaciones, donde se le pudo hacer una ligadura en la arteria para detener la hemorragia y curar la herida.
Pero lo más emocionante fue que la gente de esa aldea aislada, creyentes sin recursos médicos, habían orado por la vida del joven. Y poco después de sus insistentes oraciones, el avión apareció en el cielo de forma imprevista. ¡Para ellos fue, sin lugar a dudas, la respuesta de Dios a sus oraciones!”.
Sí, nuestro Dios oye “la oración” (Salmo 65:2).
“Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza” (Salmo 94:22).
“Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).
Levítico 13:1-28 – Romanos 8:28-39 – Salmo 66:8-15 – Proverbios 16:17-18