El despertador suena; Juan salta de la cama, va corriendo a la ducha y luego se toma un café. Después de cuarenta y cinco minutos en un metro repleto de gente, llega a su trabajo. A una primera reunión le sigue otra. Durante la pausa del mediodía, continúa hablando de negocios con sus compañeros. Luego tiene reuniones con los clientes, debe redactar informes urgentes mientras responde a incesantes llamadas telefónicas… A las ocho de la noche por fin llega a su casa, devora una comida rápida mientras lee su correo. Luego se sienta en el sofá y enciende el televisor. Poco después lo apaga porque está demasiado cansado para continuar viendo la película, así que se acuesta en su cama y se queda profundamente dormido. El despertador suena…
Estimado Juan (y cualquier lector que se reconoce en él), es absolutamente necesario que deje de correr de ese modo, sin reflexionar. Si continúa así, y si su corazón no se para antes, llegará a la jubilación, a la vejez, sin darse cuenta. Deténgase y escuche esa voz interior que le dice que se está perdiendo lo principal. Hoy Dios quiere darle a conocer esa felicidad a la cual aspira y que no consigue construir. Si tiene una Biblia, ábrala y lea el Evangelio, descubra que Dios lo ama y preparó todo para que usted sea feliz.
Sí, al igual que Juan, detengámonos ahora y escuchemos el mensaje de Dios, que nos dice en particular: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36). Repetimos lo que leímos ayer acerca de una mujer muy atareada: Jesús le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria” (Lucas 10:41-42).
Isaías 33 – 2 Pedro 2 – Salmo 46:8-11 – Proverbios 14:7-8