No hay otro nombre que haya sido dado a los hombres para conocer a Dios. Este nombre es el de su muy amado Hijo en quien Dios halló su complacencia: Jesús, a quien entregó “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). La fe en ese nombre salva, libera y transforma a hombres y mujeres. Los hace pasar de una vida sin esperanza, marcada por el pecado y destinada a la perdición, a una vida libre y feliz. ¿Quién, sino Cristo, puede liberar a una persona de las cadenas del mal? Sea una persona que se cree justa, un ladrón o alguien que persigue a los creyentes, todo el que se reconoce culpable ante Dios y deposita su confianza en Jesús, no solo recibe el perdón, sino que pasa a ser una persona nueva, es decir, un hijo de Dios. ¡Ama el bien y rechaza el mal! Puede cantar en honor a Aquel cuyo nombre es Admirable:
Estando en la tierra, Jesús “recibió de Dios Padre honra y gloria” (2 Pedro 1:17). Después de la crucifixión, cuando volvió al cielo, “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
Isaías 9 – Gálatas 5 – Salmo 39:1-6 – Proverbios 12:27-28