Jesucristo, persona divina, es el Hijo de Dios. Por “él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles… todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16). Aceptó hacerse hombre y venir a la tierra en una extrema pobreza. No siempre tenía un sitio donde dormir. Dedicó su vida a aquellos a quienes quería colmar de sus bondades. No vino para traernos riquezas materiales como oro o plata, sino para tomar sobre sí mismo nuestros sufrimientos, para liberarnos de la esclavitud del mal y darnos la vida eterna. Jesús dijo: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Esta vida es una relación feliz y real con Dios conocido como Padre. Para darnos la vida eterna gratuitamente, fue necesario que Jesús, el único Justo, sufriera en la cruz el juicio de Dios que nosotros merecíamos a causa de nuestros pecados. Jesús sufrió este castigo en lugar de cada uno de los que creen en él. Así reciben esa gracia inmerecida y descubren que son muy amados. Esta es la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
No solo era necesario que él fuera el pobre en medio de los pobres, sino que diera su vida para que nuestros pecados fueran borrados. Luego somos enriquecidos con una relación indestructible con él y con Dios por medio suyo. Entonces podemos mostrar a los demás “las inescrutables riquezas de Cristo” y “las abundantes riquezas” de la gracia de Dios (Efesios 3:8; 2:7).
Ezequiel 34 – Juan 10 – Salmo 23 – 1 Pedro 5:1-4