Esa tarde el gran salón donde se predicaba el Evangelio estaba lleno. Una niña se alejó de su madre, sin que nadie lo notara. Cuando la madre se dio cuenta, desesperada empezó a buscar a la pequeña, preguntando a la gente, pero sin éxito. Finalmente comunicó su angustia al predicador, quien por el micrófono anunció: “Una mamá perdió a su pequeña María. ¡Que la niña venga aquí enseguida!”.
No hubo ninguna señal, nadie respondió. Al final encontraron a la niña sentada tranquilamente en un banco. Su mamá le preguntó: -¿Por qué no contestaste cuando te llamaba? -Creí que estaban buscando a otra María. Yo no estaba perdida.
¡Hay muchas personas que se parecen a la pequeña María! Dios las busca, pero piensan que el llamado no es para ellas. Leen en el evangelio que el Señor “Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10), pero no responden porque no aceptan el hecho de que están perdidas. El apóstol Pablo declara que Cristo murió por los impíos, por los pecadores, enemigos de Dios, mientras ellos exclaman: no somos de ellos. Sin embargo están perdidos si creen que pueden presentarse delante de Dios sin haber sido purificados de sus pecados por la sangre de Cristo.
Pero con el que se reconoce perdido, el Señor Jesús actúa como el pastor de la parábola de Lucas 15 con su oveja perdida: “Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso” (v. 5).
Éxodo 10 – Hechos 8:26-40 – Salmo 27:1-4 – Proverbios 10:19