Era más de medianoche. Sin hacer ruido, Raymond sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta y entró a la casa. Todo estaba en silencio. Subió la escalera y entró a su antigua habitación: nada había cambiado desde que se había ido cinco años atrás.
Después de la muerte de su madre, no había tenido en cuenta ninguna de las promesas que le había hecho. Se fue a vivir “la vida”. Su padre había intentado comunicarse con él muchas veces, pero en vano. Las cartas le eran devueltas con la mención: Desconocido en esta dirección. Por último, su padre descubrió dónde vivía, y un día Raymond recibió un pequeño paquete, el cual contenía… la llave de la casa, la cual acababa de usar.
Su padre no oyó nada. En la mañana, como lo hacía desde que había enviado la llave a su hijo, abrió la puerta de la habitación de su hijo y oyó: -¡Papá, he obrado tan mal! ¿Me puedes perdonar?
– Sí, Raymond. Pero, ¿le has pedido a Dios que te perdone?
– Sí, papá. Y Dios me perdonó.
La Biblia nos habla de otro hogar, “la casa del Padre”, la morada de Dios. Él es quien tiene la llave. Dios es justo y santo, no puede recibir a ningún pecador. Sin embargo, él ofrece la llave a cada uno: esta llave es el arrepentimiento y la fe en el valor del sacrificio de Jesús en la cruz, castigado en nuestro lugar. Utilice esta llave y conocerá a Dios como un Padre lleno de amor.
Génesis 47 – Mateo 27:1-31 – Salmo 22:12-15 – Proverbios 9:1-6