Zaqueo ocupaba un puesto importante entre los publicanos (los recaudadores de impuestos), quienes eran despreciados por los judíos porque estaban al servicio de la ocupación romana. Zaqueo procuró ver a Jesús porque había oído hablar de él, de su enseñanza y sus milagros. Su pequeña estatura le impidió acercarse al Señor, quien caminaba entre la multitud. Pero este hombre tan conocido no tuvo vergüenza de hacer como los niños: se subió a un árbol y esperó a que Jesús pasase por allí. Jesús, quien lee los pensamientos de todos, conoció el deseo de Zaqueo y le concedió mucho más que una mirada furtiva: Le dijo: “Hoy es necesario que pose yo en tu casa”.
Notemos la actitud de Jesús, quien demostró a Zaqueo mucho más que interés: le mostró el amor que tenía por él. Este amor invita a cada uno a no dejar para mañana la decisión de acercarse al Señor. Recibir a Jesús en mi corazón también es aceptar que su luz ilumine todos los rincones de mi ser interior. Asimismo, es llevar el nombre de Cristo externamente. El hecho de ser cristiano puede conducir a padecer persecuciones en un medio hostil y dispuesto a burlarse de Dios. Pero nada de esto es comparable con la felicidad de conocer a Jesús de cerca.
Por ello la salvación a través de la fe en Cristo aún es ofrecida a todos. Si alguien cree en Jesús, él le da la vida eterna y va a morar con él.
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Génesis 44 – Mateo 25:31-26:13 – Salmo 21:8-13 – Proverbios 8:22-27