En los evangelios, varias veces hallamos a Jesús con sus discípulos en una barca. Esta barca es como un símbolo de nuestra vida, frágil embarcación, a menudo sacudida por las ondas de la prueba, pero siempre sostenida y guiada por Dios. En el relato de Lucas, esa mañana Jesús subió al bote de Pedro a fin de hablar a la multitud reunida en la orilla. Luego ordenó a Pedro dirigirse mar adentro para echar sus redes. Este discípulo había pescado toda la noche sin éxito, pero obedeció a Jesús. ¡Qué sorpresa! Su red se llenó tanto de peces que debió pedir ayuda a sus compañeros para sacarla del agua.
Entonces Pedro tuvo miedo. Tomó conciencia de su estado delante de Dios y dijo al Señor: “Apártate de mí… porque soy hombre pecador”. Sin embargo, se arrojó a los pies de Jesús. ¿Por qué esta reacción? Súbitamente se dio cuenta de que estaba delante de alguien infinitamente superior a él. Aquel que había ordenado el milagro de esa pesca, ¡era el Santo Hijo de Dios, el Mesías! Por eso necesitaba de su presencia. Nos sorprende la respuesta llena de dulzura de Jesús: “No temas”.
Quizá, cuando estamos ante la presencia de Dios, sentimos vergüenza de nosotros mismos. Oigamos la palabra de Jesús: “No temas”. No tengamos miedo de arrojar luz sobre nuestras vidas. Encomendémonos a Jesús con confianza. Él nos dará la fuerza para reconocer nuestras faltas, y experimentaremos su perdón.
Génesis 40 – Mateo 23 – Salmo 19:11-14 – Proverbios 7:24-27