“Usted debería leer este libro”, dijo una estudiante japonesa a una mujer en la entrada de su casa, mientras le ofrecía un librito. “Lo encontré en la calle, seguramente se le cayó a alguien”. La joven sabía que esa mujer, viuda y madre de tres niños, había buscado consuelo en el templo sintoísta. También había acudido al sacerdote budista y había hecho una larga peregrinación, pero todo había sido en vano: su dolor persistía.
“Yo lo leí, prosiguió la joven; relata la sorprendente historia de un hombre que ayuda a todos los que están abandonados. Pensé que podría ayudarle”.
La mujer tomó el pequeño libro. Era el evangelio de Lucas en japonés. Más tarde ella diría: “Leí ese libro desde el principio hasta el fin, sin detenerme. Una convicción se impuso en mí: me indicaba una dirección para mi vida, esa dirección que yo buscaba desde hacía mucho tiempo.
Rápidamente averigüé si había cristianos en mi vecindario, pero no tuve éxito. Sin embargo un día, en la ciudad vecina, escuché que un hombre hablaba de Iesa Kirisuto (Jesucristo). Le pedí que viniera a mi pueblo en la montaña. Otras personas también fueron cautivadas por el mensaje del Evangelio. Leyendo la Palabra de Dios encontraron la fe en Jesucristo. Después de algunos meses se formó una pequeña comunidad de cristianos.
Jesús me devolvió las ganas de vivir: se convirtió en mi Salvador y mi Dios”.
Génesis 35 – Mateo 20:16-34 – Salmo 18:31-36 – Proverbios 6:16-19