El Cuerpo de Cristo forma una unidad. La «salud» del Cuerpo de Cristo del que formamos parte nos concierne a todos, porque aunque no seamos conscientes de ello, esta unidad entre miembros existe. Una herida en un dedo se siente en todo el cuerpo humano. Del mismo modo, cada miembro influye en todo el Cuerpo de Cristo, y el estado general del cuerpo también afecta a cada uno de sus miembros.
Cualquier falta por mi parte es una pérdida, no solo para mí, sino para todos. En cambio, una victoria para nuestra fe, una oración en secreto, una lección aprendida con Jesús, un servicio prestado a un creyente son beneficios reales para todo el Cuerpo.
Un cristiano no debe encerrarse en si mismo. Tal desinterés por los demás es antinatural. Al contrario, deberíamos querer compartir las alegrías y las penas de los demás miembros del Cuerpo de Cristo, como si fueran nuestras propias alegrías o penas. Este es un signo claro de amor cristiano profundo y sincero: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4:7).
Es importante que cada miembro del Cuerpo permanezca en una relación viva y verdadera con Cristo, la Cabeza, mientras mantiene estrechos vínculos con cada creyente. ¡Entonces todo el Cuerpo podrá progresar armoniosamente!