Un manifestante dijo a un periodista: «Formo parte de la generación decepcionada. Solo conocemos la precariedad laboral. ¿Qué sentido tienen los estudios si no conducen a un empleo? ¿Qué sentido tiene mirar al futuro si el planeta se está muriendo?».
Muchas personas están decepcionadas con la vida actual. Las sociedades modernas han visto cómo el progreso técnico y científico mejoraba su calidad de vida, pero la felicidad sigue siendo esquiva. Los fundamentos morales sobre los que se construyó la sociedad son rechazados y desaparecen poco a poco. ¿Solo nos queda vivir cada uno para sí, día a día?
El apóstol Pablo describió así su vida: “Padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo” (1 Corintios 4:11-13).
Nadie querría vivir así. Sin embargo, Pablo nos invita a imitarle. Era incomprendido y despreciado, pero tenía una certeza en su corazón: ¡pertenecía a Dios! Jesús se había convertido en su Salvador y había transformado su vida. Confiaba plenamente en él. Así que no se arrepentía de nada… No estaba desencantado, a pesar de sus muchos sufrimientos. Volvamos a leer la hermosa conclusión que hace sobre su vida en los pasajes de hoy. ¡No la atribuyó a sus capacidades, sino a su Señor!