Los cristianos no solo dependen unos de otros, como los miembros de un cuerpo, sino que juntos forman el cuerpo de Cristo, la morada de Dios por el Espíritu (Efesios 2:22).

Después de hablar de la resurrección de Cristo de entre los muertos, su glorificación y elevación al cielo, el apóstol Pablo escribe: Dios “sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (o asamblea), la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22-23).

“Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).

Cristo se presenta así como la Cabeza del Cuerpo, y no simplemente como uno de los miembros (1 Corintios 12). La Iglesia es su Cuerpo, que se beneficia de su acción constante y perfecta. Cristo es la Cabeza porque la anima, igual que la cabeza de un cuerpo humano es el centro del que emanan los impulsos nerviosos. Él es también quien gobierna la Iglesia, como su Cabeza. Así, la Biblia presenta a la Iglesia, formada por todos los hijos de Dios, no como una organización humana, sino como un organismo vivo, animado por la vida de Dios.

Cristo es “la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Colosenses 2:19).