Una persona judía cuenta que había nacido en la tradición. Pero quiso averiguar qué estaba escrito en la Biblia cristiana. De niño, sabía que los judíos tenían su Biblia y que los no judíos también tenían el Nuevo Testamento. Le habían enseñado que no había nada en común entre estos dos libros. Sus abuelos le dijeron que el Nuevo Testamento era una guía para perseguir a los judíos. Pero él tenía curiosidad y quería comprobarlo. En la biblioteca, a escondidas, leyó el Nuevo Testamento y luego contó:
«Cuando abrí el Nuevo Testamento, esperaba encontrar un manual sobre la persecución de los judíos… ¡y aquí estaba leyendo una historia sobre judíos, escrita por judíos!
“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1).
Las tres personas mencionadas en esa primera frase, ¡todas eran judías! Atónito, seguí leyendo. Era la historia de un hombre judío, que había nacido en un pueblo de un país judío, que un día entró en una sinagoga y anunció que él es el Mesías. Cuanto más leía sobre Jesús, más me atraía. Era tan hermoso como cualquier otra cosa que hubiera leído en la Biblia. Cuando empecé a creer que Yeshua, Jesús, era el Mesías… ¡qué descubrimiento! No era un impostor, sino Aquel que las Escrituras habían anunciado».
Él mismo dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).