Reconozcámoslo, hablar de Jesús no es fácil, ya sea porque tenemos miedo de ser rechazados o despreciados, o simplemente porque no podemos exponer con palabras nuestra relación con Jesús.
Leamos otra vez, como si fuera por primera vez, el mandato que Cristo resucitado dirigió a sus discípulos y a todos los creyentes: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”. ¡Para ello, debemos salir al encuentro de los demás, acercarnos a ellos! Por supuesto, muchos benefactores actúan de este modo y llevan a cabo valiosas acciones en beneficio de otras personas. Los cristianos, en cambio, dan testimonio de que viven para Cristo, aquel en quien creen. ¡Tienen una relación viva y sincera con él, una relación de confianza y fe! Hablan con él a través de la oración y la lectura de su Palabra, la Biblia. Esta vida interior irradia después hacia el exterior. Dar testimonio es lo que experimento con Jesús, con mi fragilidad y mis preguntas; es demostrar que confío en él, a pesar de los altibajos de la vida.
Entonces puedo hablar de Aquel que llena mi vida, es decir, Jesús, que me ha dado tantos mensajes reconfortantes, como este: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Lo que cuenta, al fin y al cabo, son las palabras de Jesús, palabras de vida, de amor y esperanza.
¡No olvidemos que somos testigos de Jesús, y no de nosotros mismos! Un poste indicador no llama la atención sobre sí mismo, sino sobre una dirección. ¡Anunciemos a Jesús (Hechos 8:35)!