«Trabajo como enfermera en un hospital de Suiza. En cada sector hay un calendario La Buena Semilla. Estaba cuidando a una anciana que me dijo que era cristiana, pero que tenía miedo de morir. Le ofrecí leerle el folleto del día y ella aceptó encantada. Nos despedimos tras una breve oración.
Al día siguiente, al atardecer, fue mi última paciente, y después de una bonita conversación volvimos a leer el folleto del día. El versículo citado era una de las palabras de Jesús: “al que a mí viene, no le echo fuera…”. Luego leímos el testimonio de un judío que había comprendido que Jesús era realmente el Mesías anunciado por los profetas y que había venido, no para reinar sobre su pueblo, sino para ser el sacrificio necesario para la salvación de la humanidad.
A esta señora le costó entenderlo. Le pregunté: ¿Sabe por qué murió Jesús? Como me dijo que no, le expliqué que Jesús murió por nosotros, para que nuestros pecados fueran perdonados, para librarnos de la muerte y darnos la vida eterna.
No paraba de decir: Oh, pero yo no sabía… Le pregunté si quería recibir el perdón de Dios y asintió. Entonces oramos y antes de irme, la invité a que le hablara ella misma a Dios en su corazón, ya que le resultaba difícil hacerlo en voz alta».
“Ten misericordia de mí, y oye mi oración” (Salmo 4:1). “Ha recibido el Señor mi oración” (Salmo 6:9).