Jesús apreciaba la fe de los que iban a él.
– Un oficial romano le dijo: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará” (Mateo 8:6-8).
El oficial se sentía indigno de recibir a Jesús en su casa, impresionado por su autoridad, su amor y su poder. Sin embargo, cuando Jesús le dijo: “Yo iré y le sanaré”, aceptó esta palabra con confianza; creyó lo que Jesús le dijo. El Señor llama a esto tener mucha fe (tanta fe). Esta fe está aún hoy al alcance de todos…
– Poca fe no significa la ausencia de fe. Cuando los discípulos estaban en el lago de Genesaret en medio de una tormenta, vieron a Jesús caminando sobre las olas. Pedro le dijo: “Si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” (Mateo 14:28). Jesús respondió: “Ven” (Mateo 14:28-29). Pedro salió de la barca y caminó, porque tenía fe en el que le había dado la orden. “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” Su fe vaciló. El Señor le tomó inmediatamente de la mano y le dijo: “¡Hombre de poca fe!” Sin embargo, ¿quién de nosotros se hubiese atrevido a bajar de la barca si el Maestro nos llamase?
¡No nos desanimemos, amigos creyentes! El Señor siempre estará ahí para ayudar a los suyos, para tender la mano y agarrarnos cuando empecemos a hundirnos. ¡Tomemos su mano rápidamente!