El mayordomo etíope invitó a Felipe a sentarse a su lado y así le explicó el texto de las Sagradas Escrituras citado ayer (Isaías 53:7-8). Los sacerdotes de Jerusalén no podían entender este texto porque acababan de crucificar a su Mesías.
–“Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?”, exclamó el etíope.
Esta pregunta llevó a Felipe a hablar de una persona: Jesucristo, crucificado, pero Salvador del mundo. ¡Esta profecía de Isaías lo anunciaba! El etíope lo creyó y se marchó lleno de gozo.
Quizás compartas la preocupación de este hombre: ¡no había encontrado a nadie entre los religiosos de su tiempo que pudiera explicarle las palabras del profeta! Hoy, muchos están como él, decepcionados y con el corazón vacío. Las misas, los rituales y las celebraciones de las diferentes comunidades religiosas con las que entran en contacto no les aportan nada.
Jesús, el Hijo de Dios, es mucho más que religiones y tradiciones. Fue tratado sin respeto, crucificado, considerado un malhechor y por último se ofreció a Dios para soportar el castigo que merecen nuestros pecados. ¡Este es el precio que Dios pagó para darnos el perdón y la gracia!
Entonces, ¿qué hay que hacer para ser salvo?
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).