«A mis 25 años tenía todo para ser feliz: marido, casa, trabajo… y buena salud. Pero los recuerdos de mi infancia me perseguían, por ejemplo, la inmoralidad y las peleas en mi familia. Tenía una tendencia irresistible de autodestrucción. Me volví infiel, mentirosa, tramposa. Me divorcié y perdí todos mis bienes. Quedé sin trabajo y con deudas. Vivía desordenadamente…
En una cita con el médico que me trataba desde que era niña, le confié mi temor de haber contraído el SIDA, y agregué que sería un justo castigo de Dios.
Tuve la suerte de estar frente a un cristiano que me respondió:»Dios es amor«. Entonces empecé a buscar a Dios. Compré una Biblia, pero no entendía mucho lo que leía. Fui a misa a la iglesia donde me habían bautizado, pero no encontré consuelo.
Estaba a punto de abandonar todo cuando Dios me llamó a través de una serie de televisión en la que un preso daba testimonio de haberse convertido a Cristo gracias a este texto bíblico:»He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo«(Apocalipsis 3:20).
¡Fue un choque, una revelación! Sí, quería abrirle la puerta para que me hiciera compañía. A partir de ese día descubrí todas las cosas buenas que el Señor Jesús tenía reservadas para mí. Reconstruí mi vida, con Dios como arquitecto».
1 Samuel 25:1-22 – Mateo 20:1-15 – Salmo 18:25-30 – Proverbios 6:12-15