«En esa época conocí a Clara. Ella me comprendía porque también había sido abandonada por su madre y criada por su abuela. Su sentimiento de abandono era profundo.
Después de casarnos, mi madre me invitó a escuchar a un predicador cristiano en Buenos Aires.
Un año más tarde acepté a Cristo como mi Salvador, y se produjo un milagro. ¿Cómo puedo explicarlo? Fue como si el amor de Dios se derramara sobre toda mi vida, pasada y presente. ¡Una carga cayó de mis hombros! Pude perdonar a mi madre con todo mi corazón. Fui capaz de mirarla a los ojos como si no hubiera pasado nada entre nosotros. Aprendí a amarla y a comprenderla. ¡Yo no había sido el único que había sufrido!
Fue un reto visitar a mis abuelos y a mis tíos, pero después de mucha oración, fui a verlos. Les pedí perdón por mi resentimiento y les prometí olvidarlo. El impacto del cambio operado en mí fue tan grande que luego ellos también creyeron en Jesús y lo aceptaron como su Salvador y Señor. Dios me dio otro regalo. Encontré a mi hermano Raúl. Fue hermoso abrazarlo y hablarle del amor de Dios.
Clara también tuvo el gozo de llevar el mensaje de perdón y salvación a toda su familia.
Sí, el Señor nos hizo encontrar lo que habíamos perdido: a nuestras familias, y restaurar nuestras relaciones. Y, mucho más, Clara y yo pudimos creer en él y amarlo».
1 Samuel 17:31-58 – Mateo 14:13-36 – Salmo 15 – Proverbios 4:10-13