“Casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos” (Salmo 73:2). Sin duda fue lo que pensó David cuando Nabal, un hombre duro y malo, rehusó darle a él y a los que le seguían un poco de alimento. David tenía derecho a esperar un gesto de agradecimiento, ya que sus hombres habían protegido las ovejas de Nabal. Pero no obtuvo nada. La maldad y la ingratitud de ese hombre rico indignó a David, quien inmediatamente quiso vengarse. Ese David, quien había perdonado la vida de Saúl, su enemigo, en la cueva de En-gadi, ¿haría morir a toda la familia de Nabal? Faltó poco para que sus pies se deslizaran. Dios quiso impedir que su siervo diera un paso falso y envió a Abigail, mujer de fe y de buen sentido, para impedirle derramar sangre y hacerse justicia por sí mismo (1 Samuel 25).
¡Cuántas veces, en su gracia, Dios ha retenido nuestros pies de resbalar! Cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo, todo esto nos será recordado o revelado para que magnifiquemos la gracia de aquel que expió nuestras faltas y nos preservó, cuando la tentación se presentaba. Pero nos conviene conocer y apreciar los cuidados de nuestro Dios; agradezcámosle, y con su ayuda cuidemos cada uno de nuestros pasos.
“Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen. Yo te he invocado, por cuanto tú me oirás, oh Dios; inclina a mí tu oído, escucha mi palabra” (Salmo 17:5-6).
1 Samuel 6 – Mateo 8:1-22 – Salmo 7:1-8 – Proverbios 3:1-6