El Dios que nos creó también nos dio la capacidad de hablar, por ello nos escucha y nos comprende. Sí, Dios escucha el llanto de un niño, la oración urgente, todo suspiro dirigido a él, en el gozo o en la tristeza, incluso el gemido de la persona sin fuerzas.
La oración que Dios escucha y espera no es la repetición de unas cuantas frases aprendidas de memoria y repetidas sin un compromiso sincero.
Orar es hablar con Dios como un niño habla con su padre, con confianza, humildad y respeto. Millones de personas de todo el mundo pueden hablar con el Señor al mismo tiempo, pues ningún pensamiento individual escapa a su perfecto conocimiento. Varios salmos afirman: “Has entendido desde lejos mis pensamientos… Todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda” (Salmo 139:2-4). “Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres” (Salmo 33:13). Orar es exponer a Dios nuestras penas, nuestras necesidades, pero también es darle las gracias. Es tener la certeza de que nos escucha y responderá para nuestro bien, porque sabe perfectamente lo que necesitamos. Nos habla por medio de la Biblia, y quiere que le hablemos a través de la oración. Dios es amor, y el hecho de que nos escuche es una prueba de ello.
El cristiano puede dirigir sus oraciones a Dios el Padre, en el nombre de Jesús. También puede orar al Señor Jesús mismo.
1 Samuel 19 – Mateo 15:21-39 – Salmo 16:7-11 – Proverbios 4:20-27