Nací en Chile. Mi padre era alcohólico y nos agredía violentamente. Cuando yo tenía cinco años, mi madre se fue con mi hermano menor, y me abandonó. Corrí a pedir ayuda a mis abuelos y luego a mis tíos, pero todos me rechazaron. ¡Entonces decidí huir! Las calles fueron mi hogar durante cuatro años. Finalmente fui llevado a un orfanato, pero mi situación, marcada por la violencia y los golpes, empeoraba. A los trece años me escapé y estuve vagando durante veinte días, completamente perdido.
Una noche, mientras deambulaba por un callejón oscuro, vi a una mujer caminando hacia mí… ¡Era mi madre! Hacía ocho años que no la veía, pero me reconoció y me llevó a vivir con ella, con mi padrastro y mi hermanastra.
¡Por fin tenía una casa! Pero comencé a tener problemas de salud. Estaba encorvado y apenas podía caminar. Me operaron y estuve en el hospital durante más de un año.
Poco a poco empecé a sentirme mejor en mi cuerpo, pero me deprimí terriblemente y quise suicidarme.
En esa época mi madre y mi padrastro conocieron al Señor Jesús; mi madre empezó a hablarme del amor de Dios. Me explicaron que ese amor había cambiado sus vidas perdidas en una vida feliz. Inexplicablemente, el amor que sentía por mi madre se convirtió en odio y resentimiento. Yo le decía: «No me hables de amor después de haberme abandonado durante tantos años».
1 Samuel 17:1-30 – Mateo 13:44-14:12 – Salmo 14 – Proverbios 4:7-9