Esa noche Tom salió de su casa para ir de fiesta… En la calle le ofrecieron un folleto. Mientras caminaba le echó un vistazo:
–Uy, ¿qué dicen? “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. Con cierto desprecio guardó el tratado en su bolsillo, pero reflexionó:
–Mis pecados… Ah sí, de eso habla la Biblia, pero yo no soy cristiano… Además, nunca he creído en la Biblia, ni en el Dios de la Biblia. El pecado es muy relativo, yo no he matado a nadie…
Sin embargo, ese versículo le volvía a la mente. Trató de olvidarlo, pero no pudo.
Otro día Tom pasó cerca de un lugar donde había una reunión cristiana. Entró con curiosidad, preguntándose de qué podría hablar aquella gente. El orador hablaba precisamente de esa expresión que él ya conocía y que no lo dejaba en paz: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”.
–¡Qué fuerte! Dios me persigue… pensó.
Escuchó cada vez con más atención: ¿Cómo? ¿Todos los hombres han pecado y solo la sangre de Cristo, quien se entregó en la cruz, puede borrar nuestros pecados ante Dios? Además, ¿basta creer en él para recibir el perdón divino y ser lavado de mis pecados, es decir, ser emblanquecido?
Esa misma noche Tom creyó que Jesucristo murió en la cruz por él. Fue emblanquecido, y además, justificado. ¡Se halló plenamente en paz en la presencia de Jesús, quien lo había amado, buscado, encontrado y salvado!
1 Samuel 21 – Mateo 17 – Salmo 17:10-15 – Proverbios 5:15-20