La buena nueva o buena noticia es que Dios ama a los seres humanos y quiere salvarlos. Jesús mismo vino a anunciar esto a su pueblo.
Su vida es una historia maravillosa. En cada pueblo donde entraba, su presencia y sus palabras anunciaban esta buena noticia. Jesús ofreció la liberación de Dios a todos los que la necesitaban, desde el más pequeño hasta el más grande, incluso en situaciones desesperadas.
Cuando se encontraba con alguien que sufría, lo perdonaba, lo liberaba y lo consolaba. Jesús sanaba el cuerpo, el alma y el espíritu de las personas a quienes encontraba.
En él se unían perfectamente la gracia y la verdad, la mansedumbre y el poder, un conjunto de perfecciones que deberían haber llevado a su pueblo a reconocerlo como el Hijo de Dios, el Salvador enviado por Dios (Juan 4:42).
Sin embargo, Jesús no fue reconocido ni recibido por su pueblo. ¡Sus apremiantes llamados a arrepentirse fueron rechazados! La luz brilló en las tinieblas, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz (Juan 3:19). Y Jesús fue crucificado como un malhechor.
Todo el amor de Jesús, toda su belleza moral y sus cualidades puestas al servicio de los hombres, no bastaron para convencer ni para limpiar al corazón humano de su maldad. Jesús, el hombre perfecto, tuvo que morir para borrar nuestros pecados, para darnos un nuevo corazón, una nueva vida, si creemos en él.
¡Qué buena noticia!
Cristo “vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca” (Efesios 2:17).
1 Samuel 1 – Mateo 5:1-20 – Salmo 4:1-3 – Proverbios 1:24-33